En pleno siglo XXI, miles de mujeres son víctimas de relaciones en las que son constantes abuso y violencia; lo particular del asunto es que se niegan a recibir ayuda, pues han llegado a ser adictas a ellas.
En cálculos conservadores se estima que 1 de cada 3 mujeres es sometida a abuso emocional severo y, por lo menos, 1 de cada 4 es atacada físicamente por su compañero; en 10% de casos la violencia es grave. Asimismo, se considera que entre 25% y 40% de las pacientes que ingresan al área de urgencias de los centros hospitalarios han sido golpeadas por su pareja.
Cabe destacar que la mayoría de las afectadas difícilmente reconocen que su nexo amoroso es enfermizo y mucho menos aceptan recibir ayuda para salvarse de tales uniones, en donde uno de los integrantes de la pareja se dedica a abusar emocional y/o físicamente del otro. El primero de estos casos se caracteriza por agresión constante mediante desvaloración, subestimación, insultos, infidelidad y burla, en tanto el físico va desde empujones, forcejeos y apretones, hasta brutales golpizas.
El origen… la familia
“Aunque parezca producto de novela de terror o de cultura lejana, miles de mujeres -y varios hombres también- de este México del siglo XXI son víctimas de relaciones destructivas y, lo que es peor, son adictas a ellas”, así lo afirma el psiquiatra Ernesto Lammoglia en su libro El triángulo del dolor.
De acuerdo al Dr. Lammoglia, especialista ampliamente reconocido por el trabajo que desarrolla con mujeres maltratadas, ciertos individuos manifiestan conductas agresivas porque desde pequeños sus progenitores les hicieron sentirse responsables de los demás, “guardianes” de los problemas que se presentaban en casa, fomentando en ellos la supuesta supremacía masculina relacionada a la propiedad; en consecuencia, el varón desarrolla firme creencia de que sus hermanas, hijas y esposa les pertenecen y, como en la antigua Roma, consideran que hasta pueden “hipotecarlas” si así lo desean.
En cuanto a por qué existen féminas que toleran el maltrato, el especialista explica que ello tiene origen en cierta educación que inculca en ellas sumisión y dependencia, además de que no “alimenta” su autoestima; por ello, las características tanto del agresor como de quien recibe el maltrato dan lugar a que ambos se “enganchen” en este tipo de relaciones.
Ahora bien, se ha detectado que frecuentemente la violencia entre la pareja inicia desde el noviazgo y se manifiesta en diversas formas, con jaloneos y movimientos para detener, sujetar o controlar. Posteriormente, el mando del hombre se ejerce con frases como “no te dejo salir”, además, protesta por el tipo de peinado o ropa que luce su compañera, inician las escenas de celos y la rudeza empieza a subir de tono.
Una vez que estos individuos se casan o deciden vivir juntos, el agresor “esconde” a la víctima de sus familiares y amigos para que no puedan brindarle apoyo, en tanto ella le obedece en todo pensando que así evitará conflictos; no obstante, él siempre busca la forma de iniciar las discusiones.
Como puede apreciarse, el aislamiento de la víctima es el eje del maltrato y constituye el paso en que empieza a ejercerse el dominio; después, el agresor pretende demostrar que la mujer es de su propiedad, incluso, mediante golpes, además de minimizar su valor llamándola: “inútil” o “tonta”, “no entiendes” y “no sirves como mujer”, entre otros destructivos calificativos.
Pégame… pero no me dejes
¿Por qué ellas permanecen con su pareja? El especialista explica que se debe a que no tienen expectativas acerca de la realidad y van cayendo en estado de indefensión; además, generalmente el hombre presenta cambios bruscos de comportamiento, es decir, hay momentos en que se arrepiente de sus acciones, ofrece disculpas y se torna afectuoso, haciéndole creer a la otra persona que todo puede cambiar. De esta manera inicia un círculo llamado “fase de tensión-maltrato-reconciliación”.
Por otra parte, las víctimas de violencia doméstica rara vez se quejan de haber sido maltratadas, incluso, a pesar de presentar hematomas (moretones), fracturas o raspones, y procuran ocultar tales señales bajo la vestimenta o maquillaje, o bien inventan explicaciones absurdas o improbables para justificar las lesiones que les aquejan; al mismo tiempo, su malestar físico suele estar acompañado de síntomas de depresión.
Aunque el panorama descrito puede parecer “laberinto sin salida”, el psiquiatra afirma que las personas “atrapadas” en relaciones destructivas tienen enormes posibilidades de liberarse de quien las maltrata y restablecer su vida en condiciones dignas y saludables, con la felicidad y tranquilidad a que todo ser humano tiene derecho.
El proceso de recuperación inicia cuando hay cambio en la actitud de la mujer afectada, pues en el momento que rebasa su capacidad de resistencia decide reconocer que su vida de pareja es destructiva y que sólo está fungiendo como “costal de entrenamiento” emocional o físico del individuo que la altera.
¿Cuáles son los pasos que debe seguir quien a fuerza de maltratos y vejaciones ha perdido autoestima, fe y respeto hacia sí misma? La respuesta se encuentra en la decisión de entregarse a proceso de recuperación, acompañada de personas que hayan sufrido y superado situaciones similares -las cuales no deben buscarse mucho, pues están en todas partes-, y recurrir a un especialista en salud mental (psicólogo o psiquiatra) que conozca y respete este tipo de problemas.
El trabajo de dicho profesional es relativamente sencillo porque a él acuden quienes están conscientes de su sufrimiento, por lo que se dedica a fortalecer la autoestima de la paciente, ayudarle a superar lo vivido y estimular la responsabilidad de atender su seguridad personal.
Asimismo, quien requiere asesoría o mayor información sobre este tema puede llamar a Víctimatel al 5625-7212 y 5625-7119; Locatel al 5658-1111; Centro de Apoyo a la Mujer 5588-8181, o Saptel al 5395-1111, todos en la Ciudad de México.
Karina Galarza Vásquez
Fuente: Salud y Medicina.
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