jueves, 19 de mayo de 2011

La Importancia del Optimismo

Un hombre que atravesaba el campo se encontró con un tigre. Echó a correr, y el tigre tras él. Al llegar a un precipicio, se asió a las raíces de una viña silvestre y se dejó colgar en el abismo. El tigre lo husmeaba desde allá arriba. Temblando, el hombre miró hacia abajo, donde, de lejos, otro tigre aguardaba para devorarlo. Dos ratones, uno blanco y otro negro, empezaban a roer lentamente la vid. El hombre vio allí próxima una mata de apetitosas fresas. Asido de la vid con una mano, arrancaba fresas con la otra. ¡Qué dulce su sabor!” (Cuento zen)

Las personas optimistas tienen la capacidad de centrarse en lo positivo de lo que les ocurre y cuando se les presenta un problema se centran en las formas de solucionarlo (o por lo menos de sobrellevarlo mejor) en lugar de maldecir la mala suerte o la maldad de los demás.

Además, su optimismo les lleva a ser más perseverantes a la hora de perseguir sus objetivos y esta perseverancia aumenta su posibilidad de lograr lo que quieren: si creo que algo es posible, que depende de mi capacidad y de mi esfuerzo, no tiro la toalla ante las primeras dificultades, sino que sigo insistiendo hasta salirme con la mía. Numerosas investigaciones demuestran que las personas optimistas tienen mayor probabilidad de alcanzar el éxito, además saben disfrutar más de la vida: en definitiva, son más felices.
Quede claro que, cuando hablo de ser optimistas, no sugiero que hagamos como el avestruz que no quiere mirar a la cara la naturaleza de sus problemas: el optimismo inteligente sabe que los problemas existen, sabe reconocerlos y analizar sus causas. Si pensamos en positivo, sabemos que toda medalla tiene dos caras, que todo error conlleva un aprendizaje, que todo dolor implica un crecimiento, que donde hay tigres también hay fresas.

Sin embargo, cada uno de nosotros lleva dentro las semillas del pesimismo, ese pesimismo que nos lleva a pensamientos como “seguro que esto me va salir mal” o “la tostada siempre se cae del lado de la mantequilla” o “para qué intentarlo si se lo van a dar al enchufado de siempre” o “a mí no me sale ni una” o “soy un desastre y no valgo para nada”.

Los pensamientos negativos los aprendemos normalmente durante nuestra infancia y se convierten en un verdadero hábito que nos hace decir “¿pesimista yo? ¡Qué va, lo que soy es realista!”

¿Qué puedo decirle a esta parte de nosotros tan macabramente realista? Puedo decirle que haga una prueba, que aunque sólo sea durante un tiempo se cuestione todos estos pensamientos negativos. No le pido que los abandone ciegamente, sino que simplemente se atreva a ponerlos en duda y a ver cómo puede cambiar su vida reemplazándolos por pensamientos que sean más productivos.
En definitiva: qué perdemos por preguntarnos “¿y si esto me saliera bien?” o “¿te imaginas que esta vez me toque a mí?” o “¿qué puedo aprender de esto?” Aprender a cambiar nuestra forma de pensar, aunque no sea fácil, es algo que nos puede ayudar a alcanzar la serenidad y la paz necesarias para disfrutar de la vida.

Cuentan que, a un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás, le dijo el Maestro “si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a tí mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la Tierra”. Si nos cambiarnos de zapatillas y nos calzamos el optimismo es posible que algún cambio ocurra en nuestra vida, que las cosas de siempre tengan un sabor, un matiz distinto.


“Hoy puede ser un gran día”, cantaba hace unos años Joan Manuel Serrat. ¿Y si tuviera razón? Vamos a salir a la calle con este pensamiento, disfrutando de lo que nos ocurre aquí y ahora.

Fuente:

Publicado por Carlo De Amicis para Portal Psicológico.Org

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