Consumir alcohol no sólo deteriora la salud de la persona que tiene esa adicción sino también la degrada como tal, le arruina su vida. En los grupos de alcohólicos anónimos, quienes desean recuperarse encuentran un ámbito de contención porque se reconocen en otros que pasaron por lo mismo.
"El diablo me tenía vivo por medio del alcohol. Cuesta mucho aceptar esta enfermedad pero no nos damos cuenta de que nos cuesta la vida. Pero gracias a Dios no fue tarde cuando me di cuenta; llegué justo. Ahora puedo pensar por 24 horas, actuar, trabajar, compartir".
La reflexión es parte del testimonio que hoy puede dar César, de algo más de 40 años, quien desde hace un año y medio concurre a uno de los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) que funcionan en la ciudad: Amistad. Llevaba más de tres décadas de alcoholismo -"más años que de vida", reconoció- cuando decidió cambiar, admitir su enfermedad y pedir ayuda.
"Le había hecho de todo a mi familia y lo único que faltaba era agarrar un arma y matarme o matarlos; ésa era la verdad", confesó, al tiempo que recordó que "pasaba días tirado en la cama sin comer porque mi estómago no aguantaba más nada, con temblequeos, sudoración, y me costaba caminar. También andaba mal en mi trabajo y gracias a Dios no lo perdí a pesar de que tenía una citación para ser despedido. Hice mucho, mucho daño".
Sin embargo, explicó que "un día me levanté de la cama, me di un baño y le dije a mi mujer que me iba a internar, a buscar ayuda. A mi mamá nunca la vi llorar y ese día fue cuando más la vi llorar cuando me dijo que prefería que se muera una madre, no un hijo. Eso no fue lo que me hizo decidir recuperarme pero me ayudó".
Pasó 15 días internado en una clínica para desintoxicar su cuerpo del alcohol y posteriormente comenzó a participar de las reuniones del grupo Amistad, de alcohólicos anónimos. "Desde que empecé a ir al grupo inicié una nueva vida; la de atrás la dejé pero no la olvido. Conozco el fracaso y todo lo que me hizo el alcohol y me di cuenta en AA que es una enfermedad que va avanzando", reconoció.
Recordar cómo estaba hace un año y medio, cuando tomó la decisión de pedir ayuda, le permite tener fuerzas para seguir apostando a la sobriedad, a tener la voluntad de no levantar esa primera copa. "Fue fulminante, era un desastre: pasé por lo más bajo. Sufrí mucho e hice sufrir mucho. Por ahora, nada me va a sacar el dolor que llevo adentro", relató.
Al analizar su pasado, César advirtió que tomó su primera copa cuando tenía menos de 6 años. "En ese tiempo estaba el Blanco Esmeralda, un vino muy dulce y fresquito. Mi papá era albañil y le pedí que me diera a probar para saber qué gusto tenía. Y me gustó. Ése fue el primer trago que recuerdo, aunque fue algo progresivo y no de golpe. Va progresando a medida que uno va avanzando en la edad".
Pautas para el cambio
"Si quiere seguir bebiendo es cosa suya; si quiere dejar de beber es cosa nuestra" es el lema del grupo Amistad que realiza sus reuniones en la Iglesia La Merced de nuestra ciudad. Es uno de los tantos que se formaron para dar contención a quienes toman la decisión de dejar el alcohol y concurrir voluntariamente a estas reuniones.
Marta, de 56 años, también participa de Amistad y lleva 10 años sin alcohol gracias a su voluntad de obedecer las 12 pautas (pasos y tradiciones, según las llaman) que tienen los grupos de AA.
"Me propongo cada 24 horas no levantar esa primera copa porque era la que me hacía mal, la que hacía que siguiera consumiendo. En las reuniones nos contamos nuestras experiencias y leemos la literatura que tenemos sobre el tema", explicó.
También reconoció que "estos pasos nos permiten día a día ir entendiendo que podemos volver a ser seres humanos, personas, abuelos, padres, madres, esposas. También nos permite recuperar los afectos porque el alcohol nos hace perder todo. El alcohólico hace sufrir muchísimo a su familia y hay muchas historia de matrimonios separados por esta causa o situaciones de violencia, porque la persona cambia".
Soledad y descontrol
Al igual que César, Marta aseguró que tomaban alcohol a escondidas y que cambiaba mucho su humor y personalidad cuando bebían. "No era bolichero y no me gustaba que me vieran en la vía pública. Siempre tomaba solo. Incluso, cuando iba a los cumpleaños o casamientos tomaba lo necesario y después me escapaba con cualquier pretexto e iba a tomar en casa. Era muy solitario. En la última etapa sí salía a tomar y también tomaba mucho cuando quedaba solo, más descontroladamente. Parecía que estaba en el cielo y era el infierno", contó César.
Y continuó: "Me afectaba mucho cuando me descubrían. El indio se me iba arriba y me enojaba más cuando me tiraban el vino. Era muy cínico con la lengua, no era de pegar ni agarrar cuchillo. Pero con la boca era terrible. Me llegué a pelear con los jueces a causa del alcohol y no me ganaban".
En tanto, Marta admitió que el alcohol la hizo una madre pegadora y gritona y reconoció que también hizo daño a los suyos. "Yo era una alcohólica recluida; tomaba dentro de mi casa para que nadie supiera, para que nadie me viera. Me ocultaba hasta que reconocí mi enfermedad y me acerqué al grupo a pedir ayuda. La mujer es la que más padece esta enfermedad. Como yo, casi todas llegan al grupo creyendo que tomaban porque les gustaba. Pero luego el alcohol se fue haciendo una enfermedad en mí, lenta y progresivamente. Incluso muchas veces es mortal", aseguró.
Si seguía, me moría
César admitió que "el alcoholismo es una enfermedad para toda la vida. Las recaídas las conocí antes de estar en AA porque le decía a mi familia que dejaba de tomar. Pero lo hacía durante un tiempo y era mentira. Volvía a probar y se me iba la medida".
Asimismo, contó que "cuando tomaba era otra persona y hoy en día lo puedo contar. Lo primero fue aceptar que soy enfermo alcohólico, algo que no tengo vergüenza de decir ante mi familia. Yo sé lo que sufrí y lo que me hizo el alcohol. Además, gastaba plata en alcohol y no me fijaba y hoy me doy cuenta que es un sueldo aparte. Cuando me iba a los boliches tomaba y después no me acordaba cuánto había gastado cuando se me pasaba la curda. Decía mentiras con la plata que me faltaba: que me la habían sacado, que la había perdido, pero me la había gastado".
Y concluyó: "Tuve que aceptar mi enfermedad porque no tenía otra solución: si seguía tomando moría. Tenía todos los síntomas y gracias a Dios estoy conforme con esta vida nueva porque sirvo y me agrada cuando me dicen que me ven bien. Son cosas que uno va cosechando".
Por eso, Marta afirmó que "la enfermedad te lleva a tres lugares: a un hospital porque desata una cirrosis; a un psiquiátrico por la locura que desencadena al ser una enfermedad emocional, mental, física y espiritual, cambiando la autoestima de la persona; o a la muerte. El alcoholismo ataca al hombre y a la mujer y no discrimina el nivel social".
Mentiras y vergüenza
Tony es otro de los concurrentes al grupo Amistad. Desde su experiencia, opinó que "ésta es la enfermedad de la vergüenza y de la negación. Somos muy aficionados a la mentira y hacemos mentir a nuestros familiares. El alcohólico es el único enfermo que le discute al médico cuando le dice que es alcohólico, que los análisis le advierten que tiene esta enfermedad.
Generalmente, los lunes hacemos llamar a nuestros familiares al trabajo para decir que nos duele la espalda, tenemos diarrea u otra enfermedad. Respecto a los 12 pasos y tradiciones que sirven a los integrantes de AA para lograr el cambio, Marta opinó que "con ellos aprendemos a ser humildes, honrados, honestos con nosotros mismos primero y después con los demás. El primer paso dice que debemos aceptar que somos enfermos, tomar conciencia de eso porque la recuperación nos sirve a nosotros y luego a nuestros familiares. En un principio, quizás no nos comprendan pero luego sí".
Tony planteó que "el segundo paso nos dice que debemos admitir que hay algo superior a nosotros que hace que no vamos a levantar esa primera copa y por eso nadie obliga que seamos católicos, evangelistas o de otras religiones. El cuarto paso nos dice que debemos hacer un inventario de nosotros mismos, meditando sobre lo que nos pasa, pero siendo honestos, humildes y sinceros con nosotros mismos".
Y concluyeron: "El cambio no cuesta dinero sino la voluntad de la persona. Nos ayuda a vivir. Pero algunas personas van un par de veces y después dejan de ir al grupo. Cada uno se recupera como quiere y como puede. Tienen que concurrir voluntariamente al grupo, adonde sólo tienen que dar su nombre o, incluso, a veces dan uno ficticio".
Programa internacional
Alcohólicos Anónimos (AA) a nivel mundial fue creado el 10 de junio de 1935 cuando un corredor de bolsa y un médico, en Acron, Estados Unidos, descubrieron que contándose sus vivencias pudieron empezar a dejar de tomar.
Ambos comenzaron a trabajar juntos para formar lo que hoy es AA, institución que recibe el nombre de un libro que fue publicado en 1939, que contiene todas las recomendaciones que deben poner en práctica los grupos en el mundo.
En el mundo hay más de 3 millones de personas en esta comunidad, distribuidas en 150 países, y funcionan unos 90.000 grupos en el mundo. En Argentina, la institución funciona desde hace 55 años.
Es una comunidad de hombres y mujeres, sin fines de lucro, para ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el estado de sobriedad. No recibe subsidios de otros que no pertenezcan a la institución, y el único requisito para ser miembro es el deseo de dejar la bebida.
El grupo Amistad funciona en avenida Freyre y Moreno (Iglesia La Merced), primer piso, primer salón, lunes, martes, jueves y viernes, de 20 a 21.30. Sus integrantes comentaron que "hay reuniones abiertas y otras cerradas al grupo. En ellas volcamos nuestras experiencias y les damos fortaleza y confianza en sí mismos a aquellos que recién ingresan al grupo, para quedarse. Somos un puente directo de confianza del alcohólico, que no tiene con el médico, con el clérigo ni con su familia. Tiene esa confianza sólo con otro alcohólico porque se reconoce en él al hablar. No pertenecemos a ninguna religión sino que nos llamamos hermanos por el dolor que compartimos. Todas las noches tenemos entre 15 y 20 miembros".
Mariana Rivera
"El diablo me tenía vivo por medio del alcohol. Cuesta mucho aceptar esta enfermedad pero no nos damos cuenta de que nos cuesta la vida. Pero gracias a Dios no fue tarde cuando me di cuenta; llegué justo. Ahora puedo pensar por 24 horas, actuar, trabajar, compartir".
La reflexión es parte del testimonio que hoy puede dar César, de algo más de 40 años, quien desde hace un año y medio concurre a uno de los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) que funcionan en la ciudad: Amistad. Llevaba más de tres décadas de alcoholismo -"más años que de vida", reconoció- cuando decidió cambiar, admitir su enfermedad y pedir ayuda.
"Le había hecho de todo a mi familia y lo único que faltaba era agarrar un arma y matarme o matarlos; ésa era la verdad", confesó, al tiempo que recordó que "pasaba días tirado en la cama sin comer porque mi estómago no aguantaba más nada, con temblequeos, sudoración, y me costaba caminar. También andaba mal en mi trabajo y gracias a Dios no lo perdí a pesar de que tenía una citación para ser despedido. Hice mucho, mucho daño".
Sin embargo, explicó que "un día me levanté de la cama, me di un baño y le dije a mi mujer que me iba a internar, a buscar ayuda. A mi mamá nunca la vi llorar y ese día fue cuando más la vi llorar cuando me dijo que prefería que se muera una madre, no un hijo. Eso no fue lo que me hizo decidir recuperarme pero me ayudó".
Pasó 15 días internado en una clínica para desintoxicar su cuerpo del alcohol y posteriormente comenzó a participar de las reuniones del grupo Amistad, de alcohólicos anónimos. "Desde que empecé a ir al grupo inicié una nueva vida; la de atrás la dejé pero no la olvido. Conozco el fracaso y todo lo que me hizo el alcohol y me di cuenta en AA que es una enfermedad que va avanzando", reconoció.
Recordar cómo estaba hace un año y medio, cuando tomó la decisión de pedir ayuda, le permite tener fuerzas para seguir apostando a la sobriedad, a tener la voluntad de no levantar esa primera copa. "Fue fulminante, era un desastre: pasé por lo más bajo. Sufrí mucho e hice sufrir mucho. Por ahora, nada me va a sacar el dolor que llevo adentro", relató.
Al analizar su pasado, César advirtió que tomó su primera copa cuando tenía menos de 6 años. "En ese tiempo estaba el Blanco Esmeralda, un vino muy dulce y fresquito. Mi papá era albañil y le pedí que me diera a probar para saber qué gusto tenía. Y me gustó. Ése fue el primer trago que recuerdo, aunque fue algo progresivo y no de golpe. Va progresando a medida que uno va avanzando en la edad".
Pautas para el cambio
"Si quiere seguir bebiendo es cosa suya; si quiere dejar de beber es cosa nuestra" es el lema del grupo Amistad que realiza sus reuniones en la Iglesia La Merced de nuestra ciudad. Es uno de los tantos que se formaron para dar contención a quienes toman la decisión de dejar el alcohol y concurrir voluntariamente a estas reuniones.
Marta, de 56 años, también participa de Amistad y lleva 10 años sin alcohol gracias a su voluntad de obedecer las 12 pautas (pasos y tradiciones, según las llaman) que tienen los grupos de AA.
"Me propongo cada 24 horas no levantar esa primera copa porque era la que me hacía mal, la que hacía que siguiera consumiendo. En las reuniones nos contamos nuestras experiencias y leemos la literatura que tenemos sobre el tema", explicó.
También reconoció que "estos pasos nos permiten día a día ir entendiendo que podemos volver a ser seres humanos, personas, abuelos, padres, madres, esposas. También nos permite recuperar los afectos porque el alcohol nos hace perder todo. El alcohólico hace sufrir muchísimo a su familia y hay muchas historia de matrimonios separados por esta causa o situaciones de violencia, porque la persona cambia".
Soledad y descontrol
Al igual que César, Marta aseguró que tomaban alcohol a escondidas y que cambiaba mucho su humor y personalidad cuando bebían. "No era bolichero y no me gustaba que me vieran en la vía pública. Siempre tomaba solo. Incluso, cuando iba a los cumpleaños o casamientos tomaba lo necesario y después me escapaba con cualquier pretexto e iba a tomar en casa. Era muy solitario. En la última etapa sí salía a tomar y también tomaba mucho cuando quedaba solo, más descontroladamente. Parecía que estaba en el cielo y era el infierno", contó César.
Y continuó: "Me afectaba mucho cuando me descubrían. El indio se me iba arriba y me enojaba más cuando me tiraban el vino. Era muy cínico con la lengua, no era de pegar ni agarrar cuchillo. Pero con la boca era terrible. Me llegué a pelear con los jueces a causa del alcohol y no me ganaban".
En tanto, Marta admitió que el alcohol la hizo una madre pegadora y gritona y reconoció que también hizo daño a los suyos. "Yo era una alcohólica recluida; tomaba dentro de mi casa para que nadie supiera, para que nadie me viera. Me ocultaba hasta que reconocí mi enfermedad y me acerqué al grupo a pedir ayuda. La mujer es la que más padece esta enfermedad. Como yo, casi todas llegan al grupo creyendo que tomaban porque les gustaba. Pero luego el alcohol se fue haciendo una enfermedad en mí, lenta y progresivamente. Incluso muchas veces es mortal", aseguró.
Si seguía, me moría
César admitió que "el alcoholismo es una enfermedad para toda la vida. Las recaídas las conocí antes de estar en AA porque le decía a mi familia que dejaba de tomar. Pero lo hacía durante un tiempo y era mentira. Volvía a probar y se me iba la medida".
Asimismo, contó que "cuando tomaba era otra persona y hoy en día lo puedo contar. Lo primero fue aceptar que soy enfermo alcohólico, algo que no tengo vergüenza de decir ante mi familia. Yo sé lo que sufrí y lo que me hizo el alcohol. Además, gastaba plata en alcohol y no me fijaba y hoy me doy cuenta que es un sueldo aparte. Cuando me iba a los boliches tomaba y después no me acordaba cuánto había gastado cuando se me pasaba la curda. Decía mentiras con la plata que me faltaba: que me la habían sacado, que la había perdido, pero me la había gastado".
Y concluyó: "Tuve que aceptar mi enfermedad porque no tenía otra solución: si seguía tomando moría. Tenía todos los síntomas y gracias a Dios estoy conforme con esta vida nueva porque sirvo y me agrada cuando me dicen que me ven bien. Son cosas que uno va cosechando".
Por eso, Marta afirmó que "la enfermedad te lleva a tres lugares: a un hospital porque desata una cirrosis; a un psiquiátrico por la locura que desencadena al ser una enfermedad emocional, mental, física y espiritual, cambiando la autoestima de la persona; o a la muerte. El alcoholismo ataca al hombre y a la mujer y no discrimina el nivel social".
Mentiras y vergüenza
Tony es otro de los concurrentes al grupo Amistad. Desde su experiencia, opinó que "ésta es la enfermedad de la vergüenza y de la negación. Somos muy aficionados a la mentira y hacemos mentir a nuestros familiares. El alcohólico es el único enfermo que le discute al médico cuando le dice que es alcohólico, que los análisis le advierten que tiene esta enfermedad.
Generalmente, los lunes hacemos llamar a nuestros familiares al trabajo para decir que nos duele la espalda, tenemos diarrea u otra enfermedad. Respecto a los 12 pasos y tradiciones que sirven a los integrantes de AA para lograr el cambio, Marta opinó que "con ellos aprendemos a ser humildes, honrados, honestos con nosotros mismos primero y después con los demás. El primer paso dice que debemos aceptar que somos enfermos, tomar conciencia de eso porque la recuperación nos sirve a nosotros y luego a nuestros familiares. En un principio, quizás no nos comprendan pero luego sí".
Tony planteó que "el segundo paso nos dice que debemos admitir que hay algo superior a nosotros que hace que no vamos a levantar esa primera copa y por eso nadie obliga que seamos católicos, evangelistas o de otras religiones. El cuarto paso nos dice que debemos hacer un inventario de nosotros mismos, meditando sobre lo que nos pasa, pero siendo honestos, humildes y sinceros con nosotros mismos".
Y concluyeron: "El cambio no cuesta dinero sino la voluntad de la persona. Nos ayuda a vivir. Pero algunas personas van un par de veces y después dejan de ir al grupo. Cada uno se recupera como quiere y como puede. Tienen que concurrir voluntariamente al grupo, adonde sólo tienen que dar su nombre o, incluso, a veces dan uno ficticio".
Programa internacional
Alcohólicos Anónimos (AA) a nivel mundial fue creado el 10 de junio de 1935 cuando un corredor de bolsa y un médico, en Acron, Estados Unidos, descubrieron que contándose sus vivencias pudieron empezar a dejar de tomar.
Ambos comenzaron a trabajar juntos para formar lo que hoy es AA, institución que recibe el nombre de un libro que fue publicado en 1939, que contiene todas las recomendaciones que deben poner en práctica los grupos en el mundo.
En el mundo hay más de 3 millones de personas en esta comunidad, distribuidas en 150 países, y funcionan unos 90.000 grupos en el mundo. En Argentina, la institución funciona desde hace 55 años.
Es una comunidad de hombres y mujeres, sin fines de lucro, para ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el estado de sobriedad. No recibe subsidios de otros que no pertenezcan a la institución, y el único requisito para ser miembro es el deseo de dejar la bebida.
El grupo Amistad funciona en avenida Freyre y Moreno (Iglesia La Merced), primer piso, primer salón, lunes, martes, jueves y viernes, de 20 a 21.30. Sus integrantes comentaron que "hay reuniones abiertas y otras cerradas al grupo. En ellas volcamos nuestras experiencias y les damos fortaleza y confianza en sí mismos a aquellos que recién ingresan al grupo, para quedarse. Somos un puente directo de confianza del alcohólico, que no tiene con el médico, con el clérigo ni con su familia. Tiene esa confianza sólo con otro alcohólico porque se reconoce en él al hablar. No pertenecemos a ninguna religión sino que nos llamamos hermanos por el dolor que compartimos. Todas las noches tenemos entre 15 y 20 miembros".
Mariana Rivera
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