lunes, 20 de diciembre de 2010

CONCEPTOS SOBRE ALCOHOLISMO

Pareciera mentira que una enfermedad tan antigua como el hombre, recién en los últimos años haya sido reconocida como tal. Es precisamente ese arraigo remoto, esa difusión universal del alcohol en todas las culturas, en todas las épocas, lo que más dificulta el reconocimiento del alcoholismo como enfermedad, tanto a los médicos como a los profanos y aún a quienes la padecen.

Todavía actualmente, a pesar de los ingentes esfuerzos que los organismos de salud pública hacen para difundir el concepto de alcoholismo-enfermedad, se tropieza con graves escollos para que un hábito tan arraigado, sea considerado una enfermedad del tipo de las de drogadicción y dependencia.
 
Resulta fácil entender que la morfina y la cocaína son drogas que producen adicción, pero el concepto de que el alcoholista es un drogadicto, provoca rechazo en nuestra mente debido a la amplia difusión del alcohol como bebida de mesa, como bebida espirituosa que se utiliza en todo tipo de festejos y aún como vino de honor en conmemoraciones.
 
Por supuesto, no hay que caer en el error de equiparar al alcohol con la morfina; ésta provoca en todos los casos una rápida dependencia psicofísica brutal, muy difícil de vencer. En cambio, la dependencia al alcohol se establece lentamente, en año tras año de ingesta abusiva (o aún moderada) y solo en un mínimo porcentaje de bebedores se constituye la dependencia a la droga, lo cual caracteriza y define a la enfermedad. Pero por más mínimo que sea ese porcentaje de atrapados, la cifra de bebedores habituales sanos es tan grande, que la cifra absoluta de alcoholistas concluye siendo enorme. Lo aclaremos con un ejemplo: aproximadamente la mitad de la población tiene el hábito de ingerir bebidas alcohólicas. Unos lo hacen en cantidades moderadas, otros en exceso. Del total de personas que consumen alcohol, quizás sólo un 10 % terminen siendo alcoholistas, Si somos 36 millones de habitantes, tenemos 18 millones de personas que ingieren alcohol, sin ser alcoholistas: son los llamados bebedores culturales o sanos, que beben por tradición o costumbre, en comidas o fiestas. Pero en el 10 % de estos 18 millones de bebedores inocentes termina estableciéndose la dependencia, y así nos topamos con una terrible cifra absoluta: 1.800.000 alcoholistas, surgido de un exiguo porcentaje: 10 % de los bebedores sanos.
 
El misterio de por qué en algunas personas termina estableciéndose en ellas una franca dependencia y en otras no, aún no está develado completamente. Aún existen casos de bebedores excesivos que no llegan jamás a la dependencia, pero ésta es más bien la excepción en la cual todos quieren o creen estar. La regla es que el abusivo termine en dependiente y el moderado no. Pero esta última afirmación merece una consideración más fina, porque quien tiene la predisposición genética a desarrollar la dependencia al alcohol muy pronto pasa de ser consumidor moderado a abusivo, perdiendo la capacidad de elegir voluntariamente la cantidad de bebida alcohólica a ingerir. Por ello, toda persona debe saber que el alcohol es una droga potencialmente adictiva y que aproximadamente el 10 % de quienes lo ingieren quedan atrapados en la dependencia, dejando de ser su consumo un acto voluntario.
 
Una vez establecida la dependencia a la droga alcohol, las consecuencias psíquicas y somáticas son tan graves como las de cualquier otra drogadicción: el derrumbe total, con el conocido contexto de desastre familiar, laboral y social, y con las consabidas complicaciones de la enfermedad: cirrosis hepática, polineuritis, demencia, etc.
 
Conceptuado el alcoholismo como un problema médico, epidemiológico, social, familiar y laboral, ¿qué podemos hacer para tratar de solucionarlo?
 
En primer lugar, tratemos de que el alcohólico sea reconocido como enfermo por la sociedad y especialmente por el médico y por la familia. Que como tal, se efectúe su diagnóstico y su tratamiento, en vez de denostarlo con los epítetos de vicioso, borracho o sinvergüenza.
 
Una de las más bellas definiciones de enfermedad, es la que dice enfermo (in-fermo) es el no firme, el que necesita ayuda. Precisamente este tipo de enfermo es el que más apoyo moral requiere y con justicia lo merece: la sociedad permisiva y consumista de alcohol le ha puesto el vaso de vino en la boca durante años en toda ocasión y cuando tuvo la desgracia de caer en la dependencia, la misma sociedad que lo enfermó, lo rechaza.
 
Referirse despectivamente a un alcoholista es tan inicuo como sería decir de un canceroso: ese sinvergüenza que tiene cáncer.
 
No por casualidad acabamos de mencionar el cáncer. Si bien desde el punto de vista médico no tiene nada que ver con el alcoholismo, es semejante en varios aspectos: la cronicidad, el miedo a que le sea diagnosticado, la importancia del diagnóstico precoz, la necesidad del tratamiento continuo, las recaídas, el derrumbe total de la persona, la muerte segura abandonado a su curso natural. La gran diferencia estriba en que gran número de cánceres avanzados son incurables, en cambio todo alcoholista es recuperable en cualquier momento de la evolución de su enfermedad. Recuperable sí, siempre que se den algunas condiciones:
 
1º ) Que acuda al médico y no le oculte la verdad. Porque solo, el alcoholista dificilmente podrá abandonar el alcohol, por más buenas intenciones que tenga, ya que por definición esa enfermedad es dependencia psico-física a la droga.
 
2º ) Que el médico haga el diagnóstico de fondo (alcoholismo) y no se limite a diagnosticar y tratar sólo los síntomas o las complicaciones: desnutrición, hígado graso, cirrosis, polineuritis, insomnio.
 
3º ) Que el médico no lo despache diciéndole: Todo lo que usted padece es a causa del alcohol. Hasta que no deje de beber no aparezca por aquí. Es como si a un diabético que nos consulta por los síntomas o por las complicaciones (abcesos, polineuritis, coronariopatías, ceguera, etc.) le dijéramos: Todo lo que usted tiene se debe a la diabetes; hasta que no se cure no vuelva por aquí.
 
4º ) Que el paciente acepte el diagnóstico de alcoholista y se reconozca enfermo. Esta condición sine qua non es lamentablemente la más difícil de lograr, porque lo corriente es que el paciente no acepte el diagnóstico, sea porque este lo identifica con el borracho que está tirado en un zaguán, sea porque ignora la dependencia y cree que bebe de muy varón que es y que puede abandonar el alcohol cuando lo disponga,
 
5º ) Que en caso de producirse una eventual recaída, el paciente la comunique de inmediato al médico, mientras más pronto mejor, pues así se facilitará el tratamiento. En tal caso, el médico no debe sentirse frustrado ni burlado por el paciente, a quién no debe rechazar jamás, sino aceptar el accidente que puede y debe ser superado.
 
6º ) Que la familia, fundamentalmente la esposa o el esposo, colabore apoyando moralmente al paciente en su lucha contra la terrible dependencia y le brinde ese afecto que con toda seguridad le negó antes a causa de su vicio (según la esposa) o que lo llevó a la bebida (según el esposo), de tal modo que no se sabe si fue primero el huevo o la gallina. Esa es la colaboración que se requiere de la familia. No que lo vigilen como a un delincuente, no que sigan sus pasos a escondidas, no que hurguen todos los rincones de la casa en busca de la botella. La experiencia demuestra cuán contraproducente, o en todo caso inútil, resulta ese proceder. Contraproducente, porque impide que el paciente asuma la responsabilidad como corresponde, e inútil porque un alcohólico que desea beber (sea porque aún subsiste la dependencia, sea porque no tiene la más mínima intención de curarse) siempre consigue una botella que contenga alcohol en cualquier forma y un hueco donde esconderla.
 
Es obvio que la familia, si bien no debe perseguir al enfermo y reprocharle a cada rato su vicio, tampoco debe ofrecerle bebida, como suele ocurrir en algunos casos. Pues tanto los familiares como el paciente deben saber que una vez desarrollada la dependencia, éste jamás podrá volver a tomar bebidas alcohólicas en forma moderada y para lograr mantenerse recuperado durante toda su vida ya nunca más deberá probar ni una gota de alcohol. Por ello recomendamos a los familiares que no tengan bebidas alcohólicas en la casa, ni ingieran las mismas en presencia del paciente. Pues parte del apoyo que puede brindarle la familia al paciente consiste en ayudarle a comprender que se puede vivir perfectamente bien sin consumir bebidas alcohólicas.
 
El valioso aporte que hará la familia, será crear un ambiente de armonía y de paz, respetar al enfermo y brindarle el mejor de los medicamentos que es el Amor. Pero no seamos ingenuos; sabemos que ello no siempre se da. Por otra parte, ninguna curación firme y definitiva puede lograrse en base a preservar a una persona de desgraciadas contingencias emotivas que acechan a todos los humanos. Por ello, el que desea curarse, debe estar dispuesto a sobrellevar cualquier infortunio, como lo hacen los sanos, y no acudir por ello a la trampa del alcohol.


DEPENDENCIA DE SUSTANCIAS

La característica esencial de la dependencia de sustancias consiste en un grupo de síntomas cognoscitivos, del comportamiento y fisiológicos que indican que el individuo continúa consumiendo la sustancia, a pesar de la aparición de problemas significativos relacionados con ella. Existe un patrón de repetida autoadministración que a menudo lleva a la tolerancia, al síndrome de abstinencia y a una ingestión compulsiva de la sustancia. La dependencia se define, según criterio de la OMS, como un grupo de tres o más de los síntomas enumerados a continuación, que aparecen en cualquier momento de un período de 12 meses consecutivos:
 
a) Deseo intenso o vivencia de una compulsión a consumir una sustancia.
 
b) Disminución de la capacidad para controlar el consumo de una sustancia o alcohol, unas veces para controlar el comienzo del consumo (incapacidad de abstenerse) y otras para poder terminarlo, controlando voluntariamente la cantidad ingerida (incapacidad de detenerse).
 
c) Síntomas somáticos de un síndrome de abstinencia cuando el consumo de la sustancia se reduzca o cese, cuando se confirme por: el síndrome de abstinencia característico de la sustancia; o el consumo de la misma sustancia con la intención de aliviar o de evitar los síntomas de abstinencia.
 
d) Tolerancia, de tal manera que se requiere un aumento progresivo de la dosis de la sustancia para conseguir los mismos efectos que originalmente producían dosis más bajas.
 
e) Abandono progresivo de otras fuentes de placer o diversiones, a causa del consumo de la sustancia, aumento del tiempo necesario para obtener o ingerir la sustancia o para recuperarse de sus efectos.
 
Persistencia en el consumo de la sustancia a pesar de sus evidentes consecuencias perjudiciales, tal y como daños hepáticos por consumo excesivo de alcohol, estados de ánimo depresivos consecutivos a períodos de consumo elevado de una sustancia o deterioro cognitivo secundario al consumo de la sustancia. Debe investigarse a fondo si la persona que consume la sustancia es consciente de la naturaleza y gravedad de los perjuicios (conciencia de enfermedad).



CARACTERISTICAS ESPECIFICAS DE LA INTOXICACION Y DE LA ABSTINENCIA ALCOHOLICA


La característica esencial de la intoxicación alcohólica es la presencia de un cambio psicológico comportamental desadaptativo clínicamente significativo (sexualidad inapropiada, comportamiento agresivo, labilidad emocional, deterioro de la capacidad de juicio y deterioro de la actividad laboral o social) que se presentan durante la ingestión de alcohol o pocos minutos después (Criterios A y B). Estos cambios se acompañan de lenguaje farfullante, incoordinación, marcha inestable, nistagmo, deterioro de la atención y de la memoria, estupor o coma (Criterio C).

La característica esencial de la abstinencia alcohólica es la presencia de un síndrome de abstinencia característico que se desarrolla después de interrumpir o reducir el consumo prolongado de grandes cantidades de alcohol (Criterios A y B). El síndrome de abstinencia incluye dos o más de los siguientes síntomas: hiperactividad autonómica (por ejemplo sudoración o pulsaciones por encima de 100); temblor distal de las manos, insomnio, náuseas, vómitos, pituitas, alucinaciones visuales, táctiles o auditivas transitorias o ilusiones; agitación psicomotora, ansiedad, crisis comiciales de gran mal (crisis epilépticas) (Criterio C). Menos del 5% de los sujetos presentan síntomas de abstinencia más graves (p.ej. actividad autosómica intensa, sudoración profusa, taquicardia severa, temblores generalizados y delirium por abstinencia de alcohol (delirium tremens), que incluye alteraciones cognoscitivas y de la conciencia y también alucinaciones visuales, táctiles o auditivas.

PATRON FAMILIAR
 
Con frecuencia, la dependencia alcohólica presenta un patrón familiar y por lo menos se han detectado indicios de algunos factores genéticos. El riesgo para la dependencia alcohólica es tres a cuatro veces mayor en los familiares de primer grado de los sujetos con dependencia alcohólica. Muchos estudios han encontrado un riesgo significativamente mayor para la dependencia alcohólica en gemelos monocigotos que en gemelos dicigotos. Los estudios sobre adopción han revelado un riesgo tres a cuatro veces superior para la dependencia alcohólica en los hijos de sujetos con dependencia del alcohol, cuando estos niños eran adoptados al nacer y educados por padres sin este trastorno. Sin embargo, los factores genéticos sólo explican una parte del riesgo para la dependencia alcohólica, ya que una parte significativa depende de factores ambientales, culturales, interpersonales, etc.

Los médicos que llevamos muchos años tratando pacientes alcoholistas, hemos visto al poco tiempo de emprender esta tarea que el problema fundamental en el tratamiento de esta dependencia dista mucho de ser el manejo del síndrome de abstinencia, como podría parecer en un primer momento debido a lo florido que lo representa generalmente la literatura. Con el tiempo se va adquiriendo suficiente seguridad en el manejo del mismo, el cual con los recursos terapéuticos y conceptuales disponibles en la actualidad, puede ser sobrellevado por el paciente sin mayores dificultades ni sufrimiento, en la gran mayoría de los casos.
 
El primer escollo real que se presenta en el tratamiento del alcoholismo y que a veces resulta decididamente infranqueable, es la falta de conciencia de enfermedad que presentan muchos de estos pacientes; no todos, por suerte. Es este un problema de difícil abordaje, que requiere de mucha paciencia y que no siempre es posible resolverlo satisfactoriamente.
 
La otra gran dificultad que se presenta en el tratamiento de enfermos alcoholistas es el mantenimiento en el curso del tiempo de la recuperación obtenida, tras esa aparente cura que significa la superación del síndrome de abstinencia. Aquí es donde quién se dedique al tratamiento de estos pacientes debe estar preparado para no sentirse frustrado ante la recaída de los mismos, puesto que estas recaídas representan un acontecimiento de ningún modo extraño en el tratamiento del alcoholismo. Por supuesto, también existen casos en los que la recuperación se mantiene de por vida, luego de nuestra primera intervención, pero esto no es lo más frecuente.
 
Hay un concepto crucial en el tratamiento de esta enfermedad, muy difundido, pero que no por eso se debe dejar de insistir en el mismo, y es que el alcoholista una vez que ha desarrollado su dependencia con el alcohol, luego de superado el tratamiento de deshabituación al mismo, debe mantenerse totalmente abstemio, sin ingerir ni una gota de alcohol de por vida, para no desarrollar nuevamente la dependencia. Esta regla de oro del alcoholismo, que no es un concepto teórico sino que surge de la experiencia de los propios pacientes, deberá ser explicado de la manera más adecuada y a la medida de cada paciente, para que no suene como una sentencia terrible que anule de entrada todo intento por superar esta enfermedad. Pero todo paciente debe llegar a saber, al salir del proceso de deshabituación, que ya nunca más podrá ingerir bebidas alcohólicas en forma moderada.
 
Cabe preguntarse entonces cuales son las causas de las recaídas de estos pacientes una vez superado el síndrome de abstinencia y la consiguiente deshabituación al alcohol. Y en primer lugar tenemos nuevamente la falta de conciencia de enfermedad en pacientes que han llegado a esta altura del tratamiento. Esto se explica porque muchos de ellos acceden a ser tratados cediendo a fuertes presiones familiares, patronales o judiciales, pero no por propia iniciativa y voluntad. Entre los pacientes que sí tienen conciencia de su enfermedad y quieren recuperarse las causas de recaídas son múltiples, pudiendo actuar, a veces, más de una simultáneamente. Están los que no creen que la abstinencia absoluta sea el único camino y experimentan haciendo su propia experiencia de consumo moderado, que los lleva irremediáblemente al fracaso. Otras causas de recaídas son los aspectos referidos a la personalidad del paciente, como la timidez, donde este usa el recurso del alcohol para afrontar situaciones que no se atrevería a afrontar de otra manera; los conflictos intrapsíquicos, conscientes e inconscientes, donde el paciente bebe para evitar la angustia que estos le provocan, la inestabilidad emocional, propia de los primeros tiempos de abstinencia; los conflictos familiares, laborales y académicos; los problemas sociales y económicos; y todas las formas de depresión.

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