Claudio repite con insistencia que no fue su culpa, que lo obligaron a tomar. De nada sirvieron los chicles ni las pastillas de menta que compró para disimular. Eran cerca de las 2 de la madrugada y Renato, el papá de Claudio, llevaba cerca de dos horas consultando impaciente su reloj: “Se suponía que el permiso para la fiesta era hasta las 12:00, pero no llegaba ni contestaba el celular. Supe que algo malo pasaba y decidí salir a buscarlo yo mismo a la fiesta”, relata. Al llegar la escena era evidente. Su hijo estaba sentado en la acera, con la cabeza entre las piernas, acompañado por dos amigos, todos de apenas 14 años.
Ocurrió el verano pasado cuando la familia estaba de vacaciones en un balneario de la Quinta Región. Fue la primera experiencia de Claudio con el alcohol y, por supuesto, no supo contenerse. Su padre lo llevó a la casa, lo ayudó a acostarse. Al día siguiente, tuvieron una extensa charla. Claudio sólo recordaba que sus amigos le habían dicho que tomara tranquilo, que con unas pastillas de menta sus padres “ni se iban a enterar”. Claro, ninguno de ellos consideró su falta de experiencia con la bebida, ninguno de ellos consideró tampoco que llegado un punto resultaría imposible disimular.
Es que en pleno verano, sin levantadas temprano, sin deberes en el colegio, con horarios más flexibles y más libertad para salir, muchos adolescentes se atreven a experimentar. Ya no se sienten niños, quieren ser aceptados en su grupo de pares y, en ese contexto, no trepidan en beber para demostrar que son grandes, que están “en onda”. En una encuesta realizada por La Tercera, el 40% asegura que la primera vez que se embriagó fue en época de verano. “Yo creo que en las vacaciones se toma más, ya que cuando lo haces durante el año te afecta en los estudios”, dice Javiera, una adolescente de 16 años que carretea junto a un grupo de amigos en el Parque de las Esculturas.
Los especialistas dicen que esta experiencia forma parte del proceso de crecimiento, ya que la construcción de identidad en los adolescentes incluye muchas veces el probar hasta dónde llegan los límites. Se suma el hecho de que vivimos en una cultura donde el alcohol no sólo es de fácil acceso, sino que se considera indispensable en toda celebración. Según cifras del Octavo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Conace, el 68% de los adolescentes consumió alcohol por primera vez antes de los 15 años. Y la edad promedio de la primera incursión es a los 13,7 años, en plena adolescencia. La encuesta de La Tercera confirma esta temprana iniciación: el 54% dice que esto sucedió antes de los 16 años.
QUE NO SE ENTEREN TUS PADRES
Según los propios adolescentes, el factor común de estas primeras experiencias es el “recordar poco” lo que sucedió y el haber tratado de ocultar a sus padres que habían bebido. En el Parque de las Esculturas, Dyanne (15 años) cuenta que la primera vez que se embriagó, a los 12 años, trató de disimular: “Tenía que pasar piola, porque a veces se me pasa la mano cuando carreteo”, explica. Según la encuesta de La Tercera el 69% dice que sus padres no se dieron cuenta la primera vez que bebieron en exceso. El sondeo también revela que la mayoría lo hizo en casa de un amigo (30%), mientras que otro grupo importante lo vivió en una fiesta (27%).
Así le ocurrió a Vicente (15), quien pasa el rato con un grupo de chicos de su edad en el Parque Arauco. “La primera vez que tomé no le dije nada a mis papás. Estábamos en la casa de un amigo con sus hermanos mayores. Ellos nos incitaron, pero yo no me curé”, aclara. “Y obvio, estábamos de vacaciones, si fue hace como dos o tres semanas no más”, agrega.
La sicóloga experta en jóvenes de la U. Central, Genoveva Echeverría, dice que en gran parte el fenómeno se debe a que esta época los límites se flexibilizan. “Las vacaciones tienen ese sentido de fuera de la norma. No están los marcos que pone el colegio, los adolescentes pueden salir hasta más tarde y, en ese contexto, muchos se atreven a experimentar cosas nuevas. A eso se suma que de un año a otro, ellos se siente más grandes”, afirma la especialista.
La encuesta de Conace dice que la proporción de adolescentes que declaran haberse embriagado tres o más veces en el último año llega al 12%, en tanto que otra investigación que fue dada a conocer el año pasado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), señala que el 25% de los adolescentes chilenos ha bebido en exceso en más de una oportunidad.
¿PERMISIVIDAD O CASTIGOS?
Osvaldo Torres, antropólogo de la Asociación Chilena pro Naciones Unidas (Achnu) y experto en jóvenes, explica que para muchos adolescentes experimentar con el alcohol es parte del proceso de crecimiento y se relaciona con la construcción de la identidad en esa etapa de la vida. “Así como hay una primera vez en los afectos, el primer beso, también hay una primera vez con el alcohol”, explica. Dice que la sociedad misma ha legitimado estas conductas, ya que parte importante del proceso de socialización con los amigos pasa por el carrete y el alcohol. Igual cosa sucede en muchos hogares, donde la bebida es común a la hora de celebrar.
Hablamos de una permisividad que se presenta especialmente en los estratos altos. La encuesta de Conace señala que si a nivel general el 47% de los adolescentes cree que sus padres estarían extremadamente molestos si llega a casa con unos tragos de más, entre los alumnos de colegios privados esa cifra disminuye al 41,5%. Muchos padres entienden que no deben permitir estas conductas en sus hijos, pero por otro lado reconocen también haberlo hecho durante su adolescencia y que eso no los convirtió el alcohólicos, por lo que suelen enfrentarse a la disyuntiva de minimizar el tema o enfrentarlo agresivamente. Según la encuesta de La Tercera, el 13% afirma que sus padres se molestaron un poco, pero que no dieron mayor importancia al asunto.
Los adolescentes perciben esta contradicción paterna. Un chico en el Parque Arauco dice que en su familia no tiene mayor problema, ya que ”mi papá no tiene cara para retarme, porque él a mi edad, era mucho más desordenado que yo”.
Por ello los expertos afirman que la reacción de los padres es clave para evitar que el consumo de alcohol se transforme en una conducta frecuente. Y no se trata de castigos ni sanciones extremas. Ismael Calderón (48), por ejemplo, cuenta que en su adolescencia experimentó con el alcohol por primera vez en un paseo de curso. “No nos dimos cuenta cuando unos comenzaron a caer muertos de la risa y otros convulsionando. Yo me intoxiqué y tuvieron que llevarme al baño”, relata.
Dice que lo siguiente fue ir a dejar a su casa al resto de los compañeros. “En todas las casas que visitamos hubo gritos, pero ninguna en que trataran de conversar con los niños. Yo recibí un reto y un castigo, pero nunca alguien se sentó al frente mío y me dijo: no consumas porque te hace mal. Eso me marcó. Después yo no seguí en el consumo de alcohol, pero sí muchos compañeros”, dice Ismael.
Genoveva Echeverría, sicóloga especialista en adolescentes de la Universidad Central, dice que esto sucede porque los papás temen perder el control sobre sus hijos, debido a la creciente influencia que estos reciben del grupo de pares durante la adolescencia. La experta agrega que no se trata ni de incitar a los chicos a probar a edades tempranas, ni tampoco de satanizar el consumo de alcohol. “Hay que pensar que a esa edad la mayoría no tiene muy claro lo que hace, no saben cómo situarse en el grupo, ni están seguros de hasta dónde pueden llegar. Sólo quieren ser aceptados por sus pares”, indica.
FIJAR LOS LÍMITES
Por ello una de las claves es saber fijar los límites. Leticia Cortés, siquiatra infanto juvenil de la Universidad Andrés Bello, opina que antes de los 16 años los jóvenes no debieran experimentar con el alcohol. “La primera situación de embriaguez debe ser abordada por los padres en el 100% de los casos, nunca dejarla pasar”, asevera. Una de las estrategias que recomiendan los especialistas es invitarlo a que mire la experiencia desde fuera, que piense cómo lo vieron sus amigos y que relate cómo se sintió después de la experiencia.
Cuando la situación se repite, los padres deben ser más enfáticos en la supervisión: establecer límites con las horas, saber con qué amigos están saliendo y a qué lugares van. Fue lo que le ocurrió a Alonso (16). Cuenta que la primera vez que bebió tenía 14 años y dice que siguió haciéndolo al menos durante un año.
“Pero una vez fui a una fiesta en la que vomité y mi mamá me fue a buscar. Me quedé dormido en el auto y cuando llegamos a la casa me abrió la puerta y partí corriendo al baño a vomitar. Ella se enojó y le contó a toda mi familia. Después de eso, siempre que ella me saludaba me tomaba el aliento, así que me controlaba caleta”.
Los especialistas concuerdan en que se deben romper con esos viejos mitos que rodean al alcohol: no es más hombre el que bebe, no es una mujer de armas tomar la niña que bebe. Tampoco es muy inteligente querer estar en grupo donde el que no bebe sea considerado “perno”, ni mucho menos los grandes rebeldes de la historia han sido unos alcohólicos. Sólo de esta forma los hijos podrán aproximarse al alcohol sin caer excesos y, lo más importante, no lo utilizarán como una vía de escape para oponerse a la autoridad paterna, esa que, inevitablemente, se cuestiona hasta el cansancio en la adolescencia.
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(Fuente: latercera.com por R. Acevedo/ C. Gaete)
Popularity: 1% [?] Escrito por admin en 11 ene 2011. Archivado bajo Sociedad. Puedes seguir las respuestas de esta entrada por el RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta o un trackback a esta entradaView the original article here
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