miércoles, 1 de junio de 2011

Alcohol y violencia

Aunque la asociación entre consumo de alcohol y violencia es de sobra conocida, las investigaciones realizadas no presentan datos concluyentes. Decir que el alcohol «causa» violencia es una simplificación; existen muchos ejemplos de que también puede darse la relación contraria: una situación violenta facilita y mantiene el consumo de alcohol y, hasta algo paradójico, las víctimas de la violencia de otro tienden a consumir alcohol de forma peligrosa, cuando antes no lo hacían.

Se puede interpretar como una relación de interacción recíproca y, al representar las dos (conducta de consumo peligrosa y conducta violenta) otras tantas formas particulares de descontrol de los impulsos, el orden en que se produzcan, sea el que sea, se puede atribuir en conjunto a una incapacidad para el control primario que incumbe a ambas, que también subyace a otras muchas conductas repetitivas que se mantienen a pesar de sus consecuencias negativas, como el juego patológico, ciertas modalidades del Trastorno Obsesivo-Compulsivo, algunos Trastornos de la Conducta Alimentaria, y una larga serie de «dependencias» de las nuevas tecnologías.
Además, aún reconociendo que la farmacología y toxicología del alcohol facilita la íntima asociación de alcohol y violencia, no debe olvidarse la existencia de otros factores, en cuantías no determinables, como los factores psicológicos, sociales y culturales del medio en que se de el consumo abusivo o moderado.

La Organización Mundial de la Salud85 define la violencia como el uso intencionado de la fuerza física o el poder contra uno mismo, hacia otra persona, grupo o comunidad y cuyas consecuencias más probables son lesiones físicas, daños psicológicos, alteraciones en el desarrollo, abandono o muerte.

Esta definición no coincide con otros criterios de índole jurídica, en los que la violencia se relaciona solamente con el daño físico, dejando aparte otros daños o amenazas que configuran otros tantos tipos delictivos como coacción o intimidación.

Al establecer que la violencia genera problemas de salud individual y pública, se incluye de forma implícita la ejercida en la familia a partir de un miembro de ella contra los más débiles, sean estos la pareja, los niños o los ancianos. En ocasiones se diferencia la que ocurre entre la pareja, se la llama «genérica» y, como es más frecuente la del varón hacia la mujer, se habla de violencia conyugal, doméstica, intrafamiliar o de género, en distintos contextos culturales y lingüísticos. El adjetivo de doméstica parece más amplio e incluye las lesiones físicas, psicológicas y las específicamente sexuales.

Los avances recientes en Neurociencias confirman la intervención de muchos factores biológicos en la violencia, como las hormonas y los neurotransmisores. Y se sabe cada vez más de la interacción de alcohol, hormonas y neurohormonas reguladoras en la sensibilidad al dolor, biorritmos y estado de ánimo. También se va perfilando más el mecanismo de las conexiones intracerebrales que intervienen en las conductas sexuales, estado de alerta, preparación para la lucha, huída, paralización de movimientos, y los mecanismos moleculares que intervienen en los circuitos neuronales que marcan la gratificación o refuerzo positivo de las conductas. La investigación en primates ha sido muy ilustrativa y, del conocimiento más preciso en el campo de las neurociencias, queda cada vez más claro el papel crucial del medio ambiente, el entorno socio-cultural, el hacinamiento, la anomia, el espacio vital mínimo, la estratificación y filtración social, la frustración de expectativas y los sistemas de creencias, fe y confianza irracionales, que facilitan o dificultan, de forma aún impredecible, la combinación alcohol-violencia.

La evidencia clínica avala la utilización de fármacos psicotrópicos en el tratamiento de la conducta disruptiva, explosiva, automática y violenta. Algunos antiepilépticos y sustancias bloqueantes de receptores cerebrales opioides parecen abrir una puerta de esperanza, siempre que el sujeto violento y/o bebedor patológico sintonice con el intento de reducir el riesgo de descontrol de los impulsos vinculado al alcohol si logra llegar a una fuerte y clara conciencia de su problema.

También parecen entreverse aportaciones a partir del bloqueo de receptores de hormonas gonadotrópicas o sexuales.


Incidencia

En la Unión Europea no tenemos un sistema unificado de datos estadísticos suficiente para cuantificar la presencia del alcohol en las intervenciones policiales y judiciales. Se están haciendo importantes esfuerzos en corregir este déficit. Cuando se logre, podremos comparar con datos como los que sí existen en los Estados Unidos de América y cuyo análisis publicó Roizen en 199786. En el n.º 38 del Alcohol Alert (octubre 1997), se describe que el 86% de los homicidios, 37% de los atracos, 60% de los delitos de abuso sexual, 17% de hombres y 27% de mujeres implicadas en violencia de la pareja, 13% de los abusos sobre menores, estaban relacionados con el abuso de alcohol. Es obvio que, aun sin datos comparables, no debemos andar muy lejos de ellos.

Recientemente se ha publicado un Estudio sobre el Alcohol en Europa3, patrocinado por la Comisión Europea, elaborado desde una perspectiva de Salud Pública, que nos ofrece una fotografía y/o aproximación al problema. A modo de ejemplo podemos destacar algunos párrafos:
 «Desde el punto de vista de la Salud Pública, el alcohol es responsable de unas 195.000 muertes al año en la UE y es el tercero entre veintiséis factores de riesgo de mala salud en la UE, por delante del sobrepeso/obesidad y sólo superado por el tabaco y la hipertensión arterial».
«El impacto sobre la salud se observa en una amplia gama de afecciones que incluyen las 17.000 muertes anuales debidas a accidentes de tráfico (1 de cada 3 fallecimientos del tráfico rodado), 27.000 muertes accidentales, 2.000 homicidios (4 de cada 10 asesinatos y homicidios), 10.000 suicidios (1 de cada 6), 45.000 muertes por cirrosis hepática, 50.000 muertes por cáncer (de las que 11.000 son cáncer de mama), así como 200.000 episodios de depresión, que también representan 2,5 millones de AVAD (años de vida ajustados en función de la discapacidad)».

«El coste estimado de tratar estos problemas de salud es de 17 billones de euros; 5 de ellos invertidos en la prevención y tratamiento del consumo perjudicial de alcohol y la dependencias alcohólica. La vida perdida puede calcularse bien como pérdida de potencial productivo (36 billones de euros, excluyendo los beneficios para la salud), bien en términos de valor intangible de la propia vida (145-712 billones de euros, tras ponderar los beneficios para la salud)».

«Los jóvenes soportan una parte desproporcionada de esta carga, debiéndose al alcohol más del 10% de la mortalidad de las mujeres jóvenes y en torno al 25% de la de los varones jóvenes. Poco sabemos acerca de la dimensión del daño social en los jóvenes, aunque el 6% de los estudiantes de 15-16 años, de la UE, refieren peleas y el 4% sexo no protegido en relación con su propio consumo de alcohol».

«Muchos de los daños derivados del consumo de alcohol son sufridos por personas distintas al propio bebedor. Aquí se incluyen 60.000 nacimientos con bajo peso, así como el 16% del maltrato o abandono infantil y 5-9 millones de niños que viven en familias con problemas de alcohol. El alcohol afecta asimismo a otros adultos de forma indirecta, como es el caso de las 10.000 muertes estimadas de tráfico de vehículos, en personas distintas al conductor intoxicado».

Al realizar un análisis de correlación entre variables y contemplado como factor de riesgo, el consumo excesivo de alcohol precede en ocasiones al desencadenamiento de la conducta violenta. El efecto depresor del alcohol facilita la desinhibición psico-motora y facilita la exposición a situaciones ansiógenas, aminora los miedos o la ansiedad expectativa y debilita las estructuras de reflexión previa. En esas circunstancias los mecanismos y sistemas neurobioquímicos de limitación o restricción de la conducta impulsiva, aquella que no contempla condiciones ni consecuencias de la acción, se llegan a anular. La alteración del nivel de conciencia y el entorpecimiento de los sistemas de proceso de la información facilita el error en la percepción y juicio de la realidad, facilitando la realización del deseo en directo y la desproporción en la respuesta a los estímulos. La conciencia no sólo desciende de nivel sino que se estrecha en su espectro o amplitud del foco de atención, facilitando una mayor probabilidad de acciones violentas casi automaticas.

No obstante, en general la violencia exhibida previa ingesta de alcohol, salvo excepciones, es la respuesta a unos estímulos percibidos como amenazantes, o que provocan una reacción.
Por otro lado, una parte de la violencia detectable tiene un fuerte componente de expectativa aprendida culturalmente. Se ha demostrado en estudios triple ciego87 con sustancias activas y placebo, cómo el que cree que ha bebido alcohol (cierto o falso) tiende a aumentar su agresividad en condiciones experimentales. Por tanto, se puede beber como elemento de preparación para la conducta desinhibida, basándose en que se supone una acción demostrada y comúnmente observada.
 También la expectativa de mayor indefensión en la mujer embriagada anima a los varones a forzar la ingesta de alcohol en sus intentos de objetivo sexual con parejas ocasionales.
Y por último, existe la ingesta masiva intencionalmente dirigida a adormecer los sentimientos de miedo, cobardía y culpa cuando se quiere emprender una pelea, entre muchas otras ocasiones.

Las mujeres que han sufrido abuso sexual o abandono en la infancia tienen mucho mayor riesgo de abuso de alcohol. Leído en el sentido contrario, entre las mujeres alcohólicas es más frecuente el recoger datos de abuso sexual y abandono infantil, que entre las que no lo son.

En los últimos veinte años también se ha consolidado el consumo de alcohol como rito de paso para pertenecer a colectivos violentos que, aunque no sean bebedores muy frecuentes ni excesivos, perpetúan el ciclo violencia-alcohol.

Por último, debe insistirse que, en ausencia de un conocimiento mínimamente aceptable de la neuroestructura y fisiología de la agresividad y violencia, podríamos estar tratando de dos aspectos esencialmente vinculados en ciertos sujetos con rasgos heredables de comportamiento socialmente desajustado, bajo nivel de autocontrol de impulsos, déficit de aprendizajes complejos y genéticamente marcados en su metabolismo de alcohol con factores de riesgo mayores y mayor proclividad a exponerse a situaciones peligrosas.

En aplicación a nuestros objetivos, y advirtiendo que lo antes explicado no intenta dar una explicación suficiente, ni una descripción general del problema del alcohol relacionado con la violencia, preocupa mucho en nuestro entorno, al igual que en la Unión Europea o en Australia88, las muertes de jóvenes en accidente de tráfico, la violencia callejera de bandas organizadas juveniles, la desobediencia ciudadana de los «botellones» o la violencia autoagresiva de embriagueces masivas causantes de comas etílicos en población entre 16 y 24 años.

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