Desinhibirse, alcanzar un estado de euforia y, a la sazón, llamar la atención del sexo opuesto se anota como la principal y peligrosa trilogía de factores que motivan a los jóvenes a beber cada vez más alcohol, especialmente cuando se encuentran de vacaciones. Es decir, en el momento en el que pasan más tiempo solos y los mayores ejercen sobre ellos un menor control.
Esa síntesis surgió del diálogo que en los principales centros turísticos de este verano LA NACION mantuvo con jóvenes de diferentes edades y que, sin dudas, enciende una luz de alarma sobre el consumo de bebidas alcohólicas, la droga lícita que por su bajo costo y alcance provoca cada vez más adicciones en el país.
Los jóvenes aclararon que la bebida no es exclusiva de las vacaciones, sino que las noches de los fines de semana el comportamiento en discos y bares de cualquier punto del país es similar: chicas y chicos al borde de la borrachera o compitiendo para ver quién toma más en un riesgoso ejercicio de poder.
En los menores de 14 años, coinciden tanto los protagonistas del fenómeno como los estudiosos del tema, el consumo suele buscar un efecto de embriaguez rápido sin discriminar el tipo de producto por su calidad, sino por su valor. En cambio, en la franja que va de los 18 a los 30 años la selectividad es mayor, aunque también aumenta la cantidad de alcohol que terminan ingiriendo.
En Punta del Este
Un grupo de jóvenes dialogó con LA NACION en Punta del Este. La premisa fue intentar un debate "adulto" y, de no ser por las edades de los chicos, realmente lo fue. Delfina Mallmann (18 años), Ignacio Shaban (18), Florencia Sagasti (17) y Nicolás Cassinelli (18) dibujaron en la arena la actualidad de un tema que preocupa y les preocupa.
Reunidos por la tarde en la playa, analizaron un aspecto que cuesta mucho desmenuzar y mucho más controlar. Coincidieron bastante, contaron historias alarmantes; como que hay chicos que se inician en el exceso de bebida a los 14 años, adolescentes mujeres que se pierden en la noche y una realidad que indica que sin estimulantes no hay diversión.
"Hay un abuso del alcohol y un «cacho» con las drogas; es el verano", arrancó Ignacio, al tiempo que Nicolás (que vive en San Isidro) coincidió: "Es cierto, en Buenos Aires pasa también, pero los fines de semana, porque después el colegio o el laburo te obligan a portarte mejor. Ahora hay cada vez más chicos, no con una cerveza en la mano, sino directamente borrachos".
Florencia contó una historia de Punta: "El otro día venía en la combi desde La Barra y subió a los gritos una chica de 14 años totalmente borracha invitando a todos a su cumpleaños de 15. Es que las mujeres, cuando toman, es como que lo exageran más".
"Mirá, también en Buenos Aires. Salí de Caix -un local nocturno- y reconocí por un tatuaje a un amigo que estaba tirado en la vereda. No reaccionaba, no hablaba y lo tuve que llevar a la casa. Y eso que era bien educadito", le retrucó su amigo.
"Es cierto -agregó Florencia-, algunos ya ni terminan el colegio, pero eso no lo dice nadie. ¿Sabés lo que pasa?, que fumar un porro ya no es visto como droga, es como un cigarrillo, y el alcohol, como una gaseosa."
"Lo más común"
"Ahora ya casi es raro que uno no se drogue. En Mint, en Buenos Aires, se fuma delante de los «patovas» y es de lo más común", relató Delfina. Y Nicolás ejemplificó: "Además, en Punta del Este hay fiestas electrónicas todos los fines de semana", donde los controles que se realizan demuestran que la droga tiene en ellas un lugar de preferencia.
"Es cierto -confirma Delfina-, y allí, si no se drogan no se pueden bancar esa música mucho más de un par de horas; ¡otra que la marcha, el ruido es una locura!"
Los cuatro hablan del alcohol, dicen que se toma "lo que venga, lo que más pegue: vodka, tequila, fernet y litros de cerveza". Normalmente, antes del boliche, por una cuestión de costos.
¿Las chicas también?, preguntó el cronista. "Las que no tienen plata sí, pero las que pueden recurren a tragos más femeninos, como el daikiri, el clericot, la caipiroska o el licor de melón con bebidas energizantes", cuenta Florencia, quien asegura que las mujeres lo hacen sólo por alegrarse y que, en cambio, con los hombres la cosa ya es cultural.
A la hora de diferenciar los sexos, Nicolás se anima estadísticamente: "El 80 por ciento de los varones, por lo menos, se alegra y la mitad de las chicas también toman". "Yo he visto totalmente borrachas a chicas de 14 años", añadió Delfina.
"Los padres y las autoridades podrían hacer algo más. Resulta que no se puede fumar (tabaco) y se dan con todo en los boliches", analiza Ignacio. "El motivo es que los chicos se quieren sentir grandes y ahora, a muy baja edad, buscan lo prohibido. Creo que los padres podrían permitir algunas cosas, pero advirtiéndoles sobre los daños", dice Nicolás. "Mirá -le contesta Florencia-, hay padres que les dejaron hacer todo y ahora los chicos están peor. En estos tiempos hay mucha, pero mucha libertad."
"Lo que más me asusta es cómo va a ser esto cuando nosotras seamos las madres", concluye Delfina mirando el horizonte.
En Pinamar
En la noche de Pinamar, casi todos los que deambulan de un lado al otro son jóvenes y la mayoría consume alcohol. Pero algunos son más jóvenes que otros, y la diferencia de apenas un par de años entre los adolescentes arroja, en rasgos generales, dos perfiles muy distintos con relación al consumo: los menores de 18 años toman en exceso, para que la bebida se les suba a la cabeza "en un toque", mezclan tragos y no conocen los daños físicos que esta práctica abusiva les puede ocasionar.
Por el contrario, los que ya pasaron la mayoría de edad conocen los límites de alcohol que sus cuerpos resisten, distinguen qué bebidas les sientan mejor y no buscan embriagarse, sino disfrutar, aunque es cierto que consumen más.
Estas observaciones se desprenden de un recorrido que LA NACION realizó por discos y bares y, fundamentalmente, de un debate que organizó con siete jóvenes de entre 18 y 24 años sobre su relación con el alcohol.
Sentados a la mesa del bar Rugbeer, situado en Bunge y Libertador, en pleno centro de Pinamar, y luciendo en sus muñecas una pulserita color amarillo -que el bar otorga para identificar a todos los mayores de edad-, los chicos respondieron animadamente a las preguntas, mientras disfrutaban de unas cervezas.
Durante el verano, ¿la cantidad de alcohol que consumen aumenta?, se les consultó. "En el verano se toma más porque tenés más tiempo libre, más días para salir, y al estar con amigos, toda la situación se presta para tomar un poco más y así condimentar la diversión", contó Juan Edward, de 18 años. "Además, a veces tomás durante el día", agregó Ignacio Artigas, también de 18 años.
¿Y qué tipo de bebidas alcohólicas consumen?, consultó LA NACION. "Casi siempre cerveza. Yo, por ejemplo, que tengo 24 años, ya sé cuáles son las bebidas que me gustan, hasta qué punto puedo llegar y, entonces, me controlo. El organismo se acostumbra a determinadas cosas y uno quiere estar en armonía con eso", dijo Matías Casaretto, el mayor del grupo, que compartió la mesa junto con su hermano Walter. Los siete son amigos y familiares. Viven en la localidad bonaerense de Tigre y, desde hace algunos años, veranean en Cariló.
"Tenés que conocer tus límites, porque si no la pasas mal. Yo, por ejemplo, ya sé que no puedo mezclar tragos. Esa es una de las cosas que tenés que evitar", explicó Nicole Edward, de 18 años, y prima de Juan. Frente a ella, Josefina Quarta, de 21 años, sostuvo: "Cuando sos más chico, primero empezás tomando cualquier porquería, y después vas aprendiendo lo que te gusta". En este punto coincidió Matías: "Una persona mayor toma para disfrutar y no para emborracharse, que es lo que persiguen los menores".
Y agregó: "También varía mucho la calidad del alcohol que te sirven, porque si vos tomás un energizante con un vodka que cuesta cinco pesos vas a terminar mucho peor que si consumís uno más caro. Los menores no son conscientes de eso", sostuvo.
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